Hace unos meses, en plena fragor de la sociedad política; cuando los tontos sólo son los que asumen banderías poco convincentes, uno de esos especímenes políticos de pacotilla, sin religión, con poco seso y menos argumentos conceptuales, se atrevió a decir que este que esto les escribe no era digno de consideración alguna porque era amante de los toros, ‘promotor de artes que no decían nada’, hermano de una santa cofradía y, por supuesto, facha redomado . El pobre muchacho se quedó tan satisfecho porque, cuando las menínges están afectadas de podredumbre intelectual poco se ha de esperar. Sí es verdad. Me gustan los toros; mucho; es la gran Fiesta cultural de España. Probablemente, mi deformador descriptor no ha leído ni a Lorca ni a Valle Inclán ni a muchos otros grandes escritores que han sido amantes de los toros; tampoco sabrá de la tauromaquia de Goya, ni de la obra excelsa de Picasso – el que crea la Suite Vollard e infinidad de obras relacionados con el toro-; estoy seguro que no sabe quiénes fueron Zuloaga ni Juan Barjola, ni, mucho menos, Miquel Barceló-. Lo peor de todo es que la cultura española, vieja, sabía y trascendente, la que no tiene tiempo ni edad, quiere ser apropiada por la ‘gauche divine’, la hoy izquierda intocable, ese amplio cajón de sastre donde tienen cobijo los más selectos sujetos de la casposa nueva cultura española, los que han sido niños intocables, los que se creen dioses de un olimpo que no les pertenece por pobres hacedores de casi nada y bocazas de un régimen afecto a lo más mínimo. Tales especímenes de la sociedad cultural española se han convertido en abanderados de una causa que les cae de lejos, que sólo la quieren para seguir medrando -y trincando- y ser objeto elitista de deseo. Siento vergüenza por la sociedad cultural de un país que cree que sólo siendo afecto a un determinado posicionamiento ideológico, la cultura será viable. ¡Pobrecitos! Es la gauche divine; la izquierda actuante y monopolizadora; la que ve temerosa que sus chollos manifiestos se les caigan, con poco que la sociedad se dé cuenta de sus paupérrimas actuaciones interesadas.

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