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Jerez Rural

El cementerio de los balidos

  • El Instituto Nacional de Colonización construyó en los años sesenta un camposanto en Nueva Jarilla

  • Nunca llegó a utilizarse y ahora sirve de redil para ovejas y cabras

  • Entre El Torno y San Isidro del Guadalete también se construyó otro pero fue derruido

Si algo caracteriza a los cementerios suele ser, casi siempre, el silencio. Un silencio con el que se muestra el respeto a los que allí descansan. Sin embargo, el camposanto de Nueva Jarilla es de todo menos silencioso. Ladridos, aullidos, sonidos metálicos, balidos... son habituales en estos terrenos. Algo que llama mucho la atención pero que tiene una sencilla explicación: es un cementerio abandonado que se utiliza como redil. Lo más curioso de todo es que en este cementerio nunca llegó a realizarse un enterramiento ya que, como dicen entre risas los vecinos de Nueva Jarilla, “ninguno quiso ser el primero”.

Hay que recordar que la creación de esta entidad local autónoma, al igual que el resto de las existentes en Jerez, está ligada a la reforma agraria de la primera mitad del siglo XX y al Instituto Nacional de Colonización. Fue precisamente este ente el que en la década de los sesenta decidió construir el camposanto para los vecinos de la zona. “Lo quisieron abrir pero nadie se quería enterrar ahí, ninguno se quería enterrar solo porque las familias estaban enterradas en Jerez”, recuerda Francisco, que llegó a Nueva Jarilla en 1955 siendo un niño. Incluso bromea asegurando “yo no me quiero enterrar aquí… ¡pero ni allí tampoco!”.

Francisco, vecino de Nueva Jarilla, rememora historias del antiguo camposanto. Francisco, vecino de Nueva Jarilla, rememora historias del antiguo camposanto.

Francisco, vecino de Nueva Jarilla, rememora historias del antiguo camposanto. / Vanesa Lobo

“¿Quién se iba a querer enterrar allí?”, pregunta Miguel, vecino también de Nueva Jarilla. “Nadie se quiso enterrar porque antiguamente las familias compraban nichos y si sus padres o su abuelos estaban en un nicho en Jerez, pues los mayores también querían que los enterrasen allí”, explica, añadiendo que “hoy en día da igual porque se queman”, refiriéndose a las incineraciones. Miguel asegura que ni siquiera la existencia de una compensación económica consiguió convencer a ninguna persona para ser enterrada allí. “Cuando se hizo el cementerio estaba bien y el Estado daba una subvención al primero que se enterrara pero ¿quién se va a enterrar?”, insiste.

El único ‘habitante’ del camposanto en estos momentos es Rafael, un ganadero de Nueva Jarilla cuyo padre también utilizó estos terrenos. En el cementerio abandonado guarda sus rebaños de cabras y ovejas vigilados por perros y algún que otro gato. Rafael cuenta que hace ya tiempo robaron la campana que lucía en lo más alto y también, entre las anécdotas, rememora que un rayo fue el culpable de que parte del campanario esté agrietado. “Había otro ganadero cuando cayó y se le quemaron los motores y lo que tenía”, asegura.

La veleta se mantiene en lo más alto del campanario, del que robaron la campana. La veleta se mantiene en lo más alto del campanario, del que robaron la campana.

La veleta se mantiene en lo más alto del campanario, del que robaron la campana. / Vanesa Lobo

El de Nueva Jarilla no es el único cementerio que se construyó en aquella época. También “había otro entre San Isidro del Guadalete y El Torno pero está completamente derruido”, explica Javier Contreras, alcalde de Nueva Jarilla. En este caso, sin embargo, el Ayuntamiento de la entidad local autónoma –como responsable de la instalación construida por el Instituto de Colonización– ha preferido ceder el cementerio a un ganadero “para preservarlo”. Al fin y al cabo, este camposanto forma parte de la historia de Nueva Jarilla y mejor darle un uso, aunque no sea el que inicialmente estaba previsto.

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