Lectores sin remedio

Robos, libros y fastos

Robos, libros y fastos

Robos, libros y fastos

En estos últimos meses han sido noticia varios intentos de robo en bibliotecas de instituciones de la provincia. Así, si la víspera de la última Nochebuena nos desayunábamos con un intento de robo en el edificio del Casino Gaditano de la capital, y donde un individuo o varios accedieron a los pisos superiores donde se encuentra la biblioteca con un fondo bibliográfico de incalculable valor. En febrero de este año otro desconocido accedía ilícitamente a la sede de Biblioteca Municipal Central de Jerez desde un edificio abandonado. En ambos sucesos no hubo finalmente que lamentar pérdidas en el patrimonio allí custodiado, aunque se ponía en evidencia la falta de inversiones en la seguridad de estos edificios.

Pero pese a la aparatosidad de los hechos mencionados, y que pueden ser combatidos con eficacia instalando sistemas de seguridad apropiados como circuitos de video vigilancia o arcos antihurto entre otros, hay una necesidad acuciante de arbitrar otras medidas para preservar más eficazmente el patrimonio conservado en muchos centros culturales. Por ejemplo, lograr una mayor sofisticación en los protocolos de seguridad que regulan el acceso a los fondos patrimoniales (aplicables tanto al personal encargado de su custodia como a los usuarios que solicitan su consulta, por más que estas compliquen la accesibilidad de esos investigadores y estudiosos). Esto último es imprescindible, pues aparte de los intentos de robos perpetrados por personas de escasa formación (que la mayoría de las veces lo último que tienen intención de robar son libros pero dejan un reguero de destrozos en las zonas asaltadas), hay otro tipo de robos contra los que es más difícil luchar y donde los implicados sí cuentan con preparación y medios.

Robos como el perpetrado la pasada década en la Biblioteca Municipal José Celestino Mutis de Cádiz, de la que se sustrajeron a lo largo de varios años centenares de libros muy valiosos, algunos de los cuales tiempo después de recuperarían al ser detenidos los implicados.

Ya Donna León en su novela ‘Muerte entre líneas’ (basada en el robo en 2012 de cientos de libros de la biblioteca Girolamini de Nápoles) prestaba atención a una lacra que parece generalizarse en los últimos años y que afecta a todo tipo de centros bibliotecarios, como se puso en evidencia con el robo en la Biblioteca Nacional de un ‘Sidereus Nuncius’ de Galileo (en la imagen). Por todo ello, cuando la ciudad de Cádiz lanza su candidatura para 'Capital mundial del libro' (UNESCO) y Jerez lleva varios años promocionándose para 'Capital de la cultura' 2031, no está de más recordar que el patrimonio bibliográfico y documental sigue siendo una de nuestras asignaturas pendientes, y que exigiría inversiones relevantes (y no sólo en seguridad, también en restauración, digitalización y conservación) más allá de las que se destinen a la preparación de las candidaturas de los mencionados fastos. 

Mi padre español 

Ricardo Dudda publicó el pasado año en la editorial Libros del Asteroide ‘Mi padre alemán’, título que tomo prestado y modificado para este artículo. En su texto, Dudda más que una biografía de su padre, Gernot, un publicista de renombre en España a finales del siglo pasado, repasa la historia familiar partiendo de su abuelo, Richard, del que descubre a través de los documentos que conserva la familia que formó parte de la policía nazi.

Pero lo que le interesa a Dudda con su libro no son los antecedentes más o menos oscuros de sus antepasados, sino el desarraigo que supone para toda una familia nacer en un país que ya no existe, con una nacionalidad que puede cambiar según cambian las fronteras y con una lengua que vas olvidando a medida que vas emigrando de un sitio en otro. Es otra de las terribles consecuencias de una guerra. Esos efectos “colaterales” que provocó, como cualquier otro conflicto bélico, la II Guerra Mundial y de los que nada se dice en los manuales, sólo en libros como el escrito por Ricardo Dudda.

Gernot nació en 1940 en una pequeña ciudad alemana que después de la guerra pasó a ser polaca. Tuvo que pasar de la zona rusa de la Alemania ocupada a la Alemania Federal, y a sus ochenta y tres años vive en una casa frente al mar Mediterráneo, en la playa del Hoyo (Murcia), después de una vida dedicada a la publicidad. Sin haber sufrido una guerra ni sus consecuencias más inmediatas, quizá todos en cierto momento de la vida le debamos un libro a nuestros padres y abuelos, a nuestra familia. Los que nacimos en un seno familiar modesto, gente trabajadora, que intentaba que la generación siguiente mejorara las condiciones de vida de la anterior, sabemos de los sacrificios que tuvieron que hacer nuestros padres para ello. No tuvieron necesidad de emigrar, como muchos lo hicieron precisamente a la tierra de promisión que era para los trabajadores españoles Alemania, pero padecieron aquellos “años del hambre” que no olvidaron jamás y la larga travesía por la España en gris oscuro. La España del pluriempleo, de las letras con vencimiento a fin de mes y de las cuotas al Ocaso. Cada país ha tenido en la historia del peor siglo para Humanidad, el XX, su infierno. Este primer tercio del XXI no se presenta mejor. José López Romero.  

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