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La aldaba

Carlos Navarro Antolín

cnavarro@diariodesevilla.es

Españoles de buena fe ante Pedro Sánchez

¿Qué quedará del ejemplo de Pedro Sánchez tras tomarse cinco días de reflexión para sopesar si sigue o no en el Gobierno?

Pedro Sánchez, en el Congreso

Pedro Sánchez, en el Congreso

Esto no es cuestión de cinco días de meditación por mucho que sea la primera vez que un presidente del Gobierno de España se tome ese período de tiempo para reflexionar si continúa o no en el palacete de la Moncloa. Aquí la clave es el terrible legado que deja el sanchismo, pues es ya una forma de entender la política, el poder, la gestión pública y hasta casi la vida cotidiana. Hemos normalizado una forma de estar en el poder que jamás deberíamos hacer aceptado. No podemos ver como normal lo que nunca ha sido normal. Se resume en una pregunta: ¿alguien conoce a una mujer de un presidente del Gobierno que haya recomendado a una empresa para recibir subvenciones aprobadas en un Consejo de Ministros presidido por su marido? No hay más. Ni siquiera menos.

No sabemos cuánto durará Pedro Sánchez. No vamos a abundar en el análisis sobre el comportamiento de un narciso de libro, un adulto que pareciera que ha llegado a la Moncloa directamente desde el aula del instituto de enseñanza secundaria. Un jefe de Gobierno tendría que haber hecho las cosas de otra manera. Debería tener la piel menos fina, no amagar con la dimisión y no someter al país a un tenguerengue durante nada menos que cinco días. Se puede pensar en dimitir, faltaría más, pero eso se hace en privado. Es casi una cuestión de educación general básica. 

Pedro Sánchez es un mal paradigma. No es un señor, no es ejemplar, no es un modelo de buena política. El problema es que hay miles de españoles de buena fe que pueden considerar que es un tipo resiliente, que soporta como Ulises del siglo XXI las provocaciones de los cantos de sirenas y que solo por eso es un patrón de conducta frente a una derecha que el propio interesado se ha encargado de demonizar. Pero es un impostor. Tenemos la convicción de que lo es. Ni la izquierda ni la derecha son malas ni buenas, son sobre todo necesarias, pero el sanchismo se encarga de orientarnos hacia ese simplismo, ese extremismo. Por eso nos gusta (sí, nos gusta mucho) que Feijoó haya dicho que estamos ante la peor clase política que sufre España, incluso la del PP. Fíjense si es mala, don Alberto, que tenemos lo nunca visto: un presidente del Gobierno que se toma cinco días de asuntos propios para sopesar si dimite o no. Ni Suárez, ni Calvo Sotelo, ni Felipe, ni Aznar, ni el avieso Zapatero, ni Rajoy se tomaron semejante licencia. Y seguro que todos sufrieron sus crisis. La política nunca nos deja de sorprender cuando se trata de frivolizar. Todos los anteriores presidentes habrán meditado en la Moncloa, en Quintos de Mora, en Doñana o en el cine. Pero no se engañen: hay muchos españoles que son como el propio Sánchez. Enfocan su vida con ese estilo, ese postureo, esos titubeos ante el deber, la responsabilidad y las obligaciones. Sánchez no es un marciano. Por eso no hay grandes manifestaciones contra la fatua decisión del aspirante a caudillo. Hay mucha gente que admira a Pedro Sánchez. Y para ellos es la hora de evaluar la política desde una perspectiva humana. Siempre hay españoles de buena fe. Es la gran ventaja del sanchismo. 

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