Desencuentros históricos (II). Modesto de Castro y Mateos Gago

San Miguel, como yo diga

  • Las discusiones entre Modesto de Castro y Francisco Mateos Gago sobre el traslado o no del coro del templo jerezano en 1872 protagonizan una nueva entrega de la serie

San Miguel, en una imagen reciente.

San Miguel, en una imagen reciente. / Miguel Ángel González (Jerez)

Modesto de Castro y Francisco Mateos Gago son los protagonistas hoy de esta nueva entrega de los ‘Desencuentros históricos’, que relatan una serie de interesantes tensiones entre historiados a lo largo de los tiempos, y que iniciaron semanas atrás la relación de Hipólito Sancho de Sopranis y Rafael Barris Muñoz.

Y fue la restauración de San Miguel, allá por 1872, la causa de la polémica entre ambos, que “los propios protagonistas se encargaron de dar a conocer en periódicos y libros, con discusiones medio artísticas, medio políticas”, cuenta el historiador Manuel Romero Bejarano. Hay criterios enfrentados: unos quieren mantener el edificio tal y como estaba y otros pretenden darle a la iglesia un aspecto más gótico que no tenía, ya que San Miguel se fue construyendo y decorando con el tiempo, como muchos otros templos.

El presbítero Mateos Gago, miembro de la Academia de San Fernando, visita Jerez y conoce las intervenciones que se están llevando a cabo en la iglesia de San Miguel. Estaba en la línea del arquitecto José Esteve de quitar el coro de en medio y trasladarlo a la Capilla Mayor. En contra estaba Modesto de Castro, político del XIX, radical de izquierdas, que quería que además se mantuviera la disposición que tenía en ese momento y aprovecha su ideología para atacar a la Iglesia en cada opúsculo que hace.

Manuel Romero Bejarano. Manuel Romero Bejarano.

Manuel Romero Bejarano. / Vanesa Lobo (Jerez)

“Mateos Gago publica un artículo en el ‘Semanario Católico Jerezano’ con recomendaciones acerca de lo que se debía hacer en el coro de la iglesia, problema que se estaba debatiendo por esos momentos”, apunta el libro ‘La intervención en el patrimonio. El caso de las iglesias jerezanas (1850-2000), de Ángeles Álvarez Luna, José María Guerrero Vega y Manuel Romero Bejarano (Servicio de Publicaciones del Ayuntamiento de Jerez), que desgrana esta polémica en sus páginas.

Mateos Gago propone la destrucción del altar y las gradas del presbiterio y su transformación en un espacio al mismo nivel que el resto de la iglesia, instalando en la zona que quedaba al descubierto de la Capilla Mayor y en unos muros que pretendía levantar bajo los arcos del presbiterio, “un zócalo cubriéndolo si fuese posible con azulejos de relieve del siglo XV”, sobre el cual se situaría el coro. Intervención que se remataría con la colocación de un baldaquino en el centro de la zona afectada.

“Ante esta propuesta, Modesto de Castro, llevado no sólo por su amor a las bellas artes, sino también por una manifiesta antipatía hacía Mateos Gago, publicó poco después una réplica al citado artículo en la que se opone a la propuesta antedicha, dando él otras tres posibilidades para la instalación del coro, elemento en que se centró la disputa de ambos autores”. Propone conservar el coro en su sitio, en el centro de la iglesia, y situar el órgano, “tan discordante a la vista”, en el testero, colocar las sillas del coro en el presbiterio sin modificarlo y no bajo el retablo “pudiendo servir para este efecto las sillas del coro de la Cartuja que en el lugar que están se deterioran y aquí estarían en perfecta consonancia con el retablo como obra de la misma época y autor”. La tercera propuesta era la de eliminar el coro y que los clérigos usaran bancos.

Las publicaciones, en las que no faltarán insultos y descalificaciones personales por parte de ambos autores, se sucederán hasta 1874. La polémica se instala en la Junta de Obras, cuya mayoría de miembros laicos estaba a favor de la desaparición del coro del centro de la iglesia, pero los clérigos se oponían a situarse en unos bancos en el presbiterio, básicamente porque dicha intervención “quitaba majestuosidad a las ceremonias y los asistentes seglares se mezclasen al clero y ocupasen los bancos hombres y mujeres... dando lugar a escenas impropias de la compostura que deben reinar en el templo”.

“La propuesta de situar las sillas del coro a ambos lados de las gradas del presbiterio, defendida por José Esteve, se consideró irrealizable porque no había espacio suficiente para todas. Quedaron como únicas opciones la permanencia del coro en su sitio o la realización del proyecto de Mateos Gago. La solución final fue una parecida a la que proponía Esteve, si bien desapareció el facistol y el órgano se situó a los pies de la iglesia formando parte del nuevo cancel”.

Una polémica en la que se entremezcla el panorama político de la época. Son los tiempos del Sexenio Revolucionario en el que se derribaron conventos y había gente que exponía sus ideologías públicamente. “Un debate, la restauración monumental de San Miguel, que ha llegado hasta el siglo XX, sobre si alterar el edificio o no. Al final, la opción que ganó fue la que quitar el coro, aunque no fue el proyecto definitivo. El sentido común evita eliminar el retablo”, apunta Romero Bejarano. 

“Y al final gana la ideología de la época, la de darle un estilo a las iglesias, que algunos consideraban feas por estar hechas en diferentes épocas y con diversos estilos. Hoy los criterios de restauración dicen que los elementos antiguos deben conservarse ya que pertenecen a la historia del edificio”, recuerda Romero.

“Hay que tener en cuenta que la valoración de estilos como el Barroco es una cosa de hace algo más de 100 años, es reciente. Se consideraba un espanto para arquitectos que se habían formado en academias de arte en estilo clásico. No porque fueran necios, sino porque es lo que se daba. Ya a finales del XIX, desde Alemania, se empiezan a valorar estilos como el Barroco. Y un caso reciente es el Modernismo, que hasta los años 60 no estuvo bien visto. Sin embargo hoy, la Sagrada Familia en Barcelona es lo más, como debe de ser”.

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