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España
  • Pedro Sánchez no ha dado señales de continuidad ni a su círculo más íntimo de Moncloa, por lo que una mayoría cree que renunciará

  • María Jesús Montero es la primera solución si el presidente presenta su dimisión mañana

  • Aunque se quede unos meses, no será el próximo candidato a las generales 

El PSOE comienza a planificar el día después sin Sánchez

Los dirigentes socialistas salen a Ferraz Los dirigentes socialistas salen a Ferraz

Los dirigentes socialistas salen a Ferraz / Efe

Pedro Sánchez ya dimitió una vez, fue a final de octubre de 2016. Horas antes de que el grupo socialista en el Congreso se abstuviese en la sesión de investidura de Mariano Rajoy, el ex secretario general entregó su acta de parlamentario y se fue a la calle. A recorrer España. Sin empleo y con un coche alquilado. El manual de resistencia también contempla retiradas. A un solo día de que anuncie si dimite o sigue como presidente del Gobierno, la mayoría de dirigentes socialistas consultados piensa que se irá. A pesar del emocional respaldo que ha recibido este sábado en la calle Ferraz y en el comité federal, el PSOE ya planifica un martes si Sánchez.

Siga o no siga, el partido comienza a pasar la página del sanchismo. Habrá que pensar en un sustituto, tanto para la candidatura del Gobierno como para la secretaría general porque en el mejor de los casos -opinan varios dirigentes-, el presidente sólo seguirá unos meses más. Aunque se presente a una cuestión de confianza, que es lo que desean sus socios parlamentarios independentistas, Sánchez ya se está yendo, no será el próximo candidato en unas elecciones generales ni en un congreso federal. La persona a la que los consultados señalan, al menos como eslabón de socorro, es a María Jesús Montero, la andaluza que tiene los dos cargos más importantes después del presidente: es vicepresidenta del Ejecutivo y vicesecretaria general.

Se iba el miércoles

Sánchez está hecho de un material singular, es maleable y resistente a altas tensiones, pero también presenta un punto de quiebra. Eso fue lo que sucedió el miércoles, cuando el presidente quiso dimitir después de que un juzgado de Madrid abriese una investigación contra su esposa, Begoña Gómez, por posible tráfico de influencias. Su equipo más cercano lo convenció para que se tomara un tiempo, y eso fue lo que hizo, pero a su manera.

Sánchez se encerró, y emitió un comunicado. No iba dirigido al Congreso, de donde emana su cargo de presidente del Gobierno, ni a su grupo parlamentario, ni siquiera al partido, sino a la ciudadanía. A modo de plebiscito, su partido entendió que si se producía un respaldo masivo, el presidente se quedaría. Fue todo un ejercicio de populismo de quien ha gobernado el PSOE de una manera muy personal.

A Sánchez se le reconoce la virtud de haber evitado que el PSOE terminase engullido por Podemos, pero tanto partidarios como detractores coinciden en que la elección por primarias otorga al secretario general un poder cesarista. En el caso de Sánchez, además, ninguno de los viejos notables le ha ayudado, cuando más duras eran las críticas contra él por la ley de amnistía, con más nitidez se hacían notar los Felipe González y los Alfonso Guerra. 

Parecía que estaba fuerte, pero lo que ocurría es que se iba enclaustrando en su propia personalidad, su naturaleza le ayudaba. Lo que no entraba en sus esquemas era la corrupción. El caso Koldo ha sido el inicio de este proceso que ha culminado con una denuncia contra su mujer y la publicación de informaciones ciertas y bulos contra toda su familia, incluidas sus hijas.

Aislamiento pleno

Esto es lo sucedido. El encanallamiento de la política española ha hecho mella en uno de sus principales artífices. Durante estos cuatro días, Sánchez ha contestado a todos los mensajes, pero no ha hablado con nadie de su equipo, ni un solo colaborador tiene la certeza de qué va a hacer su líder. No ha participado en reuniones, no ha enviado ninguna señal. Está con su familia.

Lo que muchos dirigentes con los que ha hablado este diario le han transmitido (por medio de mensajes de teléfono) es que debe pensar en el partido, una organización con más de siglo y medio de historia, que ha contribuido con muchas víctimas a la España democrática del siglo XXI. No es el Gobierno, sino el partido.

Y es que, en efecto, el PSOE se encuentra ante el abismo. En lo electoral pasa por su peor momento desde las primeras elecciones democráticas de 1977. No tiene alcaldes de referencia y casi ningún líder territorial. El único de cierto peso es el manchego Emiliano García-Page, una de las voces críticas, aunque ayer le prestó su apoyo en Ferraz. Sin el Gobierno de la administración estatal, el partido perdería buena parte de los pocos cargos públicos que conserva. Y lo que es peor: hasta ahora, no se había pensando en posibles relevos, ni a nivel estatal ni en las comunidades donde no hay visos de dejar la oposición.

Pedro Sánchez no suscita un respaldo unánime en el PSOE, hay muchos críticos con la gestión que ha hecho de la ley de amnistía y otros que siempre han estado en su contra. Todo esto complica una salida negociada para la secretaría general en caso de que se marche. Las primarias se celebrarían a cara de perro. Además, hay otro factor: la campaña de las elecciones catalanas recorre su primera semana. Nadie sabe cómo influiría una renuncia en las posibilidades reales de Salvador Illa.

El lunes se sabrá si la jornada comienza con una audiencia en Zarzuela. Si Sánchez presenta su dimisión ante el Rey, éste debería abrir una ronda de consultas para elegir a un nuevo presidente del Gobierno, ya que hasta el 30 de mayo no se pueden convocar elecciones. Esa vía está llena de incertidumbres, María Jesús Montero podría ser la candidata, pero no tiene los apoyos asegurados.

Si se quedase, Sánchez tendría que presentar un relato que hiciera creíble su período de reflexión. Podría seguir unos meses y adelantar que no será el próximo candidato del PSOE, con lo que supondría dar la legislatura casi por finalizada.

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